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martes, 29 de enero de 2013

El Poder de la sangre de Jesús

El Poder de la sangre de Jesús

Para que la Iglesia disfrute de plena protección, vida espiritual y comunión con Dios, es necesario que sepa utilizar este recurso extraordinario que el Señor colocó a su disposición: la sangre de Jesús. La sangre de Jesús ha sido con frecuencia únicamente una doctrina en que la Iglesia cree, pero no una doctrina vivida. Por no vivir esa doctrina, la Iglesia ha dejado de recibir muchas bendiciones que son concedidas solamente mediante el poder de la sangre del Señor Jesús.

La Palabra de Dios nos enseña que es necesario pedir para recibir: “pedid y se os dará” (Lc 11: 9, 10). Muchas de las bendiciones que el Señor desea conceder a su Iglesia deben ser pedidas en oración para que el Señor las conceda. Por la fe nos apropiamos de las promesas del Señor expresadas en las Escrituras (Heb 11: 1, 6). De la misma manera que el Señor Jesús nos enseñó a pedir el Espíritu Santo (Lc 11: 13), debemos pedir las bendiciones que se derivan del derramamiento de la sangre del Señor Jesucristo en el Calvario.

¿A qué bendiciones se hace referencia? Normalmente la Iglesia tiene conciencia de que el Señor Jesús sólo derramó su sangre para nuestra “salvación” o para el nuevo nacimiento. Sin embargo, la acción salvífica no tiene que ver única y exclusivamente con el nuevo nacimiento, sino también con una vida de santificación. Somos exhortados en las Escrituras a preservar nuestra salvación “con temor y temblor”. La Palabra de Dios también nos muestra que la sangre de Jesús fue derramada para que disfrutásemos de las siguientes bendiciones -que están incluidas en la salvación- en nuestra vida cristiana:

1. Purificación de nuestros pecados (1 Jn 1: 7). Así como debemos confesar nuestros pecados para que seamos perdonados, debemos de creer que la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado. Así es quitado lo que obstaculiza nuestra comunión con el Señor.

2. Comunión con el Señor (Heb 10: 19-22). La Palabra nos revela que podemos entrar con osadía en el Lugar Santísimo -en otras palabras, en la presencia del Señor- por la sangre del Cordero. Por eso podemos clamar al Señor para que él quite lo que impide nuestra comunión de manera que no sólo nuestro espíritu, sino también nuestra alma, mente y emociones estén en plena comunión con Él.

3. Victoria sobre el adversario (Ap 12: 11). Aprendimos que nosotros venceremos a nuestro adversario hasta el fin “por la sangre del Cordero” y por la Palabra de nuestro testimonio. Debemos ejercer nuestra fe en esa promesa en los momentos de lucha y el Señor manifestará el poder de la sangre de Jesús en nuestras vidas, dándonos la victoria que necesitamos.

4. Protección contra el enemigo (Éx 12: 23). La victoria incluye esa protección, igual que el pueblo de Israel la consiguió en Egipto. El que destruía no pudo entrar en las casas de los israelitas y destruir a los primogénitos, pues al ver la sangre fue obligado a “pasar por encima” de esas casas. Por esa razón, cuando pedimos en oración para que el Señor nos cubra con la sangre de Jesús, somos protegidos contra ataques del adversario, en cualquier situación, incluso en el inicio de cada culto o reunión. De esa forma, no hay manifestaciones de dones falsos en nuestro medio.

5. Liberación de costumbres, vicios y comportamientos indebidos (1 P 1: 18-19). La Palabra testifica que fuimos rescatados de nuestra vana manera de vivir que heredamos de nuestros padres por la sangre de Jesús. Así que, cuando un creyente desvela que todavía está encadenado a algún tipo de comportamiento que no glorifica al Señor, podemos orar basando nuestra fe en esa Escritura que nos garantiza la victoria sobre esa lucha a través de la sangre de Jesús.

La sangre de Jesús está estrictamente unida a la operación del Espíritu Santo. El motivo es sencillo: el Espíritu Santo sólo puede operar al amparo de la obra consumada por el Señor Jesucristo en la cruz del Calvario (derramamiento de su preciosa sangre o, en otras palabras, el hecho de dar su vida por nuestros pecados). En el mosaico libro de Levítico leemos que la vida está en la sangre. De la misma manera, la vida eterna está en la sangre de Jesús. El Señor nos dice que si no bebiéremos de su sangre no tendríamos vida espiritual. Más adelante explicó que las palabras que había dicho eran espíritu y vida. Entendemos la lección: cuando el Espíritu Santo opera en nuestras vidas Él transmite la vida que hay en la sangre de Jesús, la vida eterna que el Señor Jesús conquistó para nosotros al derramar su sangre para nuestra salvación.

Así como la sangre de Jesús circulaba en el cuerpo físico del Señor Jesús dando la vida a cada célula, el Espíritu Santo hoy opera en la Iglesia, visitando cada miembro del cuerpo, transmitiendo la vida eterna a cada uno de nosotros, aplicando la Palabra de Dios a nuestros corazones. Cuando oramos para que el Señor nos dé una determinada bendición (de entre las mencionadas arriba) basada en el poder que hay en la sangre de Jesús, el mismo Señor envía al Espíritu Santo, que opera la bendición que necesitamos al amparo de su sangre derramada, cuyo fundamento es la obra consumada por el Señor Jesús en la cruz del Calvario.

La sangre de Jesús fue derramada una única vez en la cruz del Calvario pero es rociada continuamente sobre los siervos de Dios, que son “elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 P 1: 2). ¡Aleluya!