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martes, 10 de septiembre de 2013

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lucas: 23,34)

Podemos decir que todo el plan de nuestra salvación radica en la misericordia de Dios. El secreto de tal maravilla, en la cual desean mirar los ángeles, se basa en la soberana misericordia de Dios. "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito...." (Juan 3:16). 
 El corazón de Cristo estuvo lleno de misericordia, de compasión, a través de todo su ministerio público. Se compadecía de los enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba de comer, de los inocentes niños que estaban por entrar en los azares y vicisitudes de la vida, y los bendecía. Estos rasgos de compasión son comprensibles hacia tales personas, pero lo extraordinario, lo inverosímil, desde el punto de vista humano es compadecerse de los enemigos, de los que nos hieren, de los que nos afrentan; sin embargo, hasta este punto llega el amor de Jesucristo, hasta amar y bendecir a los que eran material y moralmente culpables de los terribles dolores que en aquellos momentos le afligían.
Séneca nos dice que los crucificados maldecían el día en que nacieron, a los verdugos, a sus madres, a todo y a todos, incluso terminaban escupiendo a los que les miraban. Cicerón nos cuenta que a veces era necesario cortar las lenguas a los que iban a ser crucificados para impedir que blasfemaran de una manera terrible en contra de los dioses. Es seguro que los verdugos de Cristo esperaban oír voces y maldiciones de aquel que por las órdenes recibidas de poner su cruz en medio, consideraban, sin duda, como un jefe de malhechores; los fariseos y escribas, que conocían mejor al Maestro de Galilea, esperaban oír por lo menos quejidos de dolor, pero ¡cuan sorprendente fue lo que oyeron! De los labios de Cristo salió no un grito, sino una plegaria, una dulce y suave oración de perdón. El verbo griego no está en pasado, sino en gerundio; legein no es "dijo", sino "iba diciendo". Lo que nos hace suponer que esta admirable frase fue repetida varias veces, durante el cruel proceso, cuando los clavos en¬traban en la carne, cuando la cruz fue levantada y el dolor se hacía más agudo. Jesús iba repitiendo la plegaria de perdón.

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